viernes, 28 de septiembre de 2007

Noche iniciática

Dormir en un lugar extraño, lejano a tu casa, es una experiencia que a algunas personas, entre las que me incluyo, le perturba el sueño. Un efecto que se acentúa si además debes compartir tu habitación con completos desconocidos y la parte valiosa de tu equipaje está guardada en un armario cuya única protección es un diminuto candado de evidente fragilidad.
Entonces miras, y giras, y te quedas dormido, y te despiertas, y giras y miras, y en todo momento, escuchas.
Y sinceramente, reconoces en todo momento que es un miedo infundado. Aquellos que hayan viajado de mochileros puede corroborar que los alojamientos en albergues garantizan tranquilidad, seguridad y algunos momentos de hermanamiento con otros viajeros. A veces, en cambio, se producen extrañas excepciones que confirman esta regla. A veces, ocurren la primera noche que pasas fuera de casa. A veces ocurre cuando has conseguido abrazar al sueño.
Y entra un maromo como un armario, fuerte, con paso ruidoso y firme, con voz ronca e italiano. Y enciende su móvil, y enfoca a todos y cada uno de los que allí dormíamos. Y dice italiano: "Mio Dio, dove sono entrato?, tutti ragazzi, merda!" (Dios mío, ¿dónde me he metido?, todos tíos, qué mierda). Hasta ahí todos de acuerdo. Si pensaba encontrar mujeres en una habitación compartida de hombres, es una decepción completamente comprensible, pero pardiez, ahí no quedó la cosa. Eran las 12 de la noche y el tipo parecía no tener sueño ni por asomo. Estábamos igual, en el fondo él y yo éramos iguales. Sin embargo decidimos afrontar nuestro problema de distinta forma.
Yo intenté acomodarme en la mitad de mi colchón cuyas lamas no estaban partidas para evitar que mi columna se torciera aún más.
Él saco su portatil, subió el volumen, y clickeo dos veces sobre sus canciones favoritas de Alanis Morissette, que lógicamente empezaron a reproducirse. De esta forma consiguió despertar a gran parte del personal que dormía en el albergue. Pero no a todos.
Algunos gritos reclamaron silencio. En ese momento, se me ocurrió un parecido brillante para el maromo: Cassano, el jugador de fútbol.
De modo que el sosías de Cassano, abrumado por las protestas, decidió cambiar de entretenimiento, y apagando su ordenador -con sonido de despedida de Windows incluído- asió su última arma: una guitarra acústica.
La 1 de la madrugada. Completamente despierto, con una extraña sensación de alerta en el cuerpo y un tipo como un castillo maltratando las cuerdas de una guitarra, aunque esto no quiera decir nada, puesto que creo que me habría acordado de todos sus difuntos aún en el caso de que a las cuerdas tuviera la misma habilidad que el señor Jimmy Page.
Desesperado, miro a mi compañero, que ronca. Y le envidio, y me lamento, y me entra la vena psicópata. Pero me aguanto. Hasta que poco a poco, con el ruido de fondo de algo parecido a un genocidio felino, voy cayendo en un profundo sueño alentado más por el cansancio que por la tranquilidad.
Al poco rato volvi a despertarme con los últimos movimientos del elefante italiano de camino a su descanso espiritual. El albergue se sumió en el silencio, y mi cansancio volvió a cerrar mis persianas.
La intranquilidad me despertó temprano a la mañana siguiente. Con un rápido inventario me cercioré de que no me faltaba nada, y con un vistazo al armario comprobé que no había sido forzado. En el desayuno compartí mi sesión iniciática en la ciudad de Salerno ante el lógico asombro de unos compañeros de viaje que habían disfrutado de un profundo aunque incómodo sueño sobre las destartaladas camas.
Lo que hicimos al día siguiente fue buscar un lugar en el que pasar los siguientes 9 meses, aunque esa es otra historia, y deberá ser contada en otro momento.
Pasad un buen día.

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