sábado, 6 de octubre de 2007

Homo Erasmus

El día que siguió a aquella noche fatídica, afortunadamente, no tuvo nada que ver. 5 horas de sueño a la espalda no fueron óbice para levantarse temprano con la ilusión y el entusiasmo suficiente como para buscar un piso que nos albergara durante los próximos nueve meses.
De esta forma, recorrer en sentido inverso esa arteria principal de Salerno que se llama Corso Vittorio Emmanuelle -junto con Giusseppe Garibaldi, dos nombres que por su significado histórico para los italianos, se repiten en todas las ciudades- sin arrastrar maletas lo advertimos como una delicia, como un camino que sabíamos que íbamos a convertir en un itinerario habitual y del que sería casi imposible desplazar de nuestra memoria.
Una vez llegamos a la estación de autobuses, asimilamos una política de transportes públicos diferente a la que conocíamos en Madrid. Nuestra primera novatada fue perder un autobus después de haber subido y pretendido comprarle un billete al conductor que se escondía detrás de una enorme mampara de cristal.
Pardillos.
Aquí se compran antes y luego se convalidan en una máquina que falla más que una escopeta de feria. Seguro que vuestra primera reacción en este momento es: "no os vais a gastar un duro en transporte."
Error.
Aquí los revisores están en cualquier lado, acechando, agrupados en tríos, para intentar poner el mayor número de multas posibles. Es su trabajo, y lo hacen con premura, sin piedad y con muchísima pasión.
Tras un viaje tortuoso atravesando la carretera que lleva desde la ciudad de Salerno a la vecina de Fisciano, donde se encuentra la universidad, llegamos por fin a la oficina de relaciones internacionales donde debíamos tramitar todo aquella burocracía que nos convertiría en estudiantes Erasmus. A partir de este momento, no había vuelta atrás, y eso nos daba una embriagadora sensación de vértigo, que por supuesto, nos gustaba.
Una vez cumplidos los trámites, conocimos a nuestros primeros amigos italianos. Unos jóvenes estudiantes universitarios que colaboran gratuitamente con una asociación que facilita a los estudiantes europeos la estancia en las ciudades de acogida. Un trabajo que, irónicamente, no siempre les es valorado.
No fue nuestro caso, pues no sólo nos ayudaron a encontrar la casa desde la que ahora mismo escribo, sino que además se convirtieron en pocas horas en nuestros mejores amigos, con los que contamos cada noche de fiesta y con los que nos paramos a hablar cuando nos los cruzamos por las calles de la ciudad universitaria.
No es un anomalía, es el comportamiento habitual del homo Erasmus, un rol que se adquiere inmediatamente y que dota de un increíble sentido de la extraversión y facilita enormemente la empatía. Un fenómeno psico-sociológico que merecería ser estudiado, desde luego.

1 comentario:

Mr. Zeta dijo...

Buenas! Hace mucho que no subes un post, vago, más que vago. A ver si dejas de follar y te escribes unas líneas! Hoy he subido una entrada al mío. Léetelo y dame tu opinión.
Saluti a tutti!