sábado, 5 de enero de 2008

Un sentimiento idealista

Mucho tiempo sin actualizar el blog, aún habiendo prometido que no volvería a incurrir en tan prolongada ausencia. Me disculpo, no confien jamás en un Erasmus, es una lección que debe aprenderse. A partir de este momento actualizaré sólamente cuando tenga tiempo y algo interesante que contar, lo que será agradecido por todos y beneficioso para mí y el poco tiempo libre del que dispongo.
No me enrollo más y voy al turrón.
El motivo de la actualización de hoy es la publicación de un artículo mío -y otro de don Adolfo Moreno, compañero y amigo- escritos en castellano para una revista web italiana.
A continuación publico el texto, que también se puede encontrar como documento PDF en la web http://www.oltrenews.it/equipe.html
Un sentimiento idealista
El reflejo de mi cara sobre el ventanal del autobús mostraba una expresión de incontenida felicidad. Me sorprendió descubrirlo mientras miraba distraído la autovía que une Salerno con el campus de Fisciano. Durante el trayecto, una extraña sensación recorría mi estómago y en mi cabeza no cesaban de repicar las típicas dudas que surgen a una persona cada vez que se arroja a una aventura nueva. Era mi segundo día en Salerno, después de un largo viaje y un verano entero de ansiosa espera, y ahora estaba allí, de camino a la que iba a convertirse en mi universidad durante el próximo curso, durante los próximos nueves meses.
Mis piernas temblaron ligeramente al descender del autobús, y al girarme para contemplar a mi alrededor, una honda exhalación de tranquilidad vació de tensión mi cuerpo. Fisciano parecía un oasis universitario en mitad de las montañas, un remanso de tranquilidad alejado del mundanal ruido de las grandes ciudades. Unos rasgos que pasarían completamente desapercibidos para mí sino fuese porque suponen un contraste radical con la universidad de Madrid de la que procedo.
Aún era 12 de septiembre, restaba menos de un mes para que comenzaran las clases, pero la primera toma de contacto fue bastante positiva. Los días posteriores quise empaparme del ambiente y familiarizarme con la geografía del lugar, y las sensaciones se fueron reforzando progresivamente. Tal vez fuera la ilusión por todo aquello que me esperaba durante los próximos meses, o tal vez el deseo de hacer una pequeña pausa en mi vida, pero sentía cada vez más fuerte que Salerno y Fisciano eran los lugares ideales para poner en orden mi cabeza y sobre todo, para madurar y encontrarme a mí mismo. Y caía en la cuenta, cada vez más nítidamente, de que era un ser tramendamente afortunado por poder disfrutar de una oportunidad como esta. Una oportunidad regalada a nuestra generación, y por la que debemos sentirnos agradecidos y exprimirla al máximo para que no desperdiciar ni un ápice de su jugo.
"Nueve meses" pensaba en aquel momento: una suerte de embarazo del que sin ninguna duda, nacerá una versión corregida y aumentada de todos y cada uno de los estudiantes Erasmus: aquí, en Salerno, y seguramente también de aquellos que estén en Lisboa, en Estocolmo o en Bucarest. El objetivo primordial, por el que fue diseñado este programa de intercambio de estudiantes universitarios, era -debemos recordarlo- el de instalar y reforzar el concepto de europeísmo entre los jóvenes, los profesionales del futuro, para que conociesen a sus conciudadanos europeos y evitar a las nuevas generaciones volver a incurrir en los mismos errores históricos que habían castigado reiteradamente al viejo continente en las décadas precedentes.
Conseguido o no, esa era la idea originaria con la que personalmente partía. Pero no la única.
De eso trataba, en principio, el hecho de arrojarse a una aventura, pero ofrecía además otros retos añadidos: aprender a vivir en un lugar diferente, aparcar los prejuicios, desenvolverse día a día en un idioma que no es el propio y ser capaz de soportar la nostalgia que produce la distancia. Todo eso durante un año académico completo, en el que hay mucho tiempo para la diversión y el asueto, desde luego, pero en el que también hay que estudiar.
En definitiva, una gran responsabilidad que producía vértigo, inseguridad, miedo; pero al mismo tiempo, arrojo, valor y coraje.
Apenas han transcurrido tres meses de aquello, y podemos asegurar que ya hemos comprobado algunos de los efectos que supone ser un Erasmus. Aquí, como en cualquier otra parte de Europa, entre los estudiantes se generan sentimientos identitarios de nacionalidad -cosa, que no es nada banal en un país como España, sacudido por una guerra civil y razón por la cual el orgullo patrio está irremisiblemente relacionado con un olor a añejo y rancio- y al mismo tiempo se produce un contraefecto de fraternidad preciosa con esos otros estudiantes que en principio son muy distintos a tí. Y al final, ser español, italiano, alemán o turco, no es una razón de ser, sino un rasgo
más, como el color de los ojos o la pigmentación de la piel. Conclusiones que muy acertadamente se pueden resumir apoyándonos en una expresión propia del refranero español: una persona no es de donde nace, sino de donde pace; y ateniéndome a ella, y con la experiencia acumulada por el tiempo, que asienta y respalda las ideas, puedo afirmar que me siento tan italiano como los ancianos vecinos que residen en el edificio en el que vivo, tan alemán como mi coinquilino, tan turco como los compañeros con los que habitualmente comparto mesa en el comedor de la universidad, tan español como señala mi documento nacional de identidad o como demuestra mi lengua madre.
Y es que la beca Erasmus es una suerte de nuevo tipo de proceso de socialización secundaria que se desarrolla en un medio extraño, rodeado de unas condiciones particulares que enriquecen en todos los sentidos la forma de ver el mundo de cada uno de los individuos que participan en ella otorgándoles un carácter singular.
En definitiva, un sentimiento idealista con el que merece la pena sentirse identificado. No importa de dónde procedes: de aquí, de Italia, y de allí, de España, y al mismo tiempo, de todos lugares y de ninguna parte; Erasmus, al fin y al cabo, y es lo que realmente importa. Un sentimiento idealista construído de la hospitalidad que aquí hemos recibido, de los momentos que hemos vivido y compartido en tan corto período de tiempo. Un sentimiento idealista al que nos hemos aferrado incondicionalmente y que se nos ha revelado aquí, en Salerno.